Una cena en un bistrot parisino, chez Colette, donde los músicos de jazz de la ciudad llegan a palomear. La decoración navideña de quién sabe qué año aún asoma, discreta, atrás de la puerta. La dueña te da una cerveza para que se la pases al comensal de allá. Su perro deambula entre las mesas tan indiferente al bullicio como la lavadora que estorba un poco el paso para entrar al baño.
La cena es la más maravillosa que hayas probado en mucho tiempo. O quizá sea la música, ésa que te traslada en el tiempo y en el espacio hasta que te conviertes en alguien más y estás viviendo una vida ajena, prestada, que te encanta.